NO ME LLAMES PERSONA


No me llames extranjero. 
No me llames inmigrante.
Tampoco persona.
Porque cuando dices “también son personas” siento que no es solo el mar el que me ahoga por dentro,
sino también la imagen del viento que soplas 
que me borra la piel y los sueños.
No olvides quien soy: ni persona ni inmigrante.
Viajero nada más.
Rendido a la intemperie como todo viajero.
Porque un día quise viajar y llegar a tu puerto. 
Deja que lo repita:
quise viajar y llegar a tu puerto.
Nunca hay razones inevitables. Hasta la muerte es una posibilidad. Pero yo quería llegar a tu puerto. 
No lo olvides.
Fuese como fuese.
Solo los navegantes saben que la vida es la pausa arremansada entre una ola y otra ola.
Y es, déjame que te lo diga: una experiencia alucinante. 
El valor de la vida en la extraña fugacidad de un momento entre dos aguas, nada más.
No viaja quien navega con asideros,
por eso ni los turistas ni los hombres de empresa viajarán nunca.
Pero yo no. No tengo asideros.
Y eso merezco y eso quiero: el trato de viajero. 
El inmenso trato y respeto que merece quien ha cumplido el tránsito del viaje por la libertad.
La dignidad no del pobre ni del perdido.
Sino la dignidad del que arriba y toca a tu puerta pidiendo hospicio.
Porque, ¿es que acaso los caminos tuvieron algún día dueño?
Y la casa que pisas, ¿es que acaso nació con tus piernas?
Sólo tenemos el viaje: y a veces nos quedaremos y otras nos iremos. Y aunque el fuego cruzado nos marque el camino, nunca seremos errantes ni vagabundos.
No me des limosnas entonces.
Pido calor,
no papeles.
Pido comida,
no subsidios.
Hospitalidad,
no cárceles no centros no pisos no vigilantes. Aunque los adornes con sonrisas y regalos: serán siempre eso:
tutelares de una pequeñez que nunca tuve.
Soy como tú, no lo intentes.
Me gustaría entrar en tu casa.
Quiero conocerte.
Quiero contarte.
Quiero mirarte.
No olvides que traigo el secreto de unas raíces ancestrales hechas de piedra y fuego, tan viejas como las tuyas, tan amadas como las de tus venas.
Y que como el viejo Alcinoo
solo quiero que me digas: siéntate y cuenta, 
cuenta qué cosas extraordinarias tiene tu vida. Lo necesito.
No me pidas, por favor, que te cuente las noches de tempestad y corazón yermo: como si eso resumiera mi historia.
Los días en que el naufragio nos robaba las olas
y nos volvía locos hasta el delirio y el motín.
No negocies con mi dolor, ni con mi hambre, con eso no hay trato.
Mi pacto es con tu abrazo de suerte, de bienvenida, de fiesta: sí, de fiesta.
No te escandalices: soy una fiesta.
No quiero caricias de padre, madre, o hermana o hermano;
familia tuve y tengo y tendré: no me protejas.
No me hagas humano en mi desgracia, porque mi humanidad me vino de la alegría celebrada el día que el sol me recibió en la tierra.
Solo un abrazo de puerta abierta. De amigo, de amiga, de reencuentro. ¿Sabes lo que es eso?
Es lo que quiero.
No tengas miedo.
Tampoco soy tu fetiche. Ese que necesitas para saber que vales.
Soy el viajero que ha llegado a tu puerto, a tu puerta,
que añora un retorno que ahora se niega.
Y aunque el salitre de la distancia
Haya nublado mis señas
Y el clamor de las gaviotas
ahogue mi voz,
soy un viajero, 
nada más que un viajero.

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