UN POEMA EXTRAÑO
Te vio,
a pesar de los cientos
de bolsas de patatas fritas
que habías decidido
comer sin compasión
porque todo te daba igualdad
y ni qué pollas caminar
12000 pasos.
Ni moverse para arreglar la casa:
bastante ya era ir a la cocina
a por un par de cervezas
haciendo slalom
entre la ropa sucia
y los paquetes de amazon
con idioteces
para mejorar la tele
o cocinar grasientas chuletas;
nada ya de verduras insípidas
y cínicas: que el veganismo
es pura leyenda capitalista.
Así que fue eso:
“una depresión y te dejaste”,
le dijo un amigo,
el de la baja en el trabajo.
Lo cual no le convencía para nada
porque así se sentía a gusto
sin que nadie le llamara:
porque te volviste repulsivo y gordo
y los que huelen de cerca
odian el ajo y la cebolla
que operan como corazas
antiabrazos:
pero mejor, que se pierdan
los gordófilos:
se vive a gusto sin pena.
Y hoy saliste a comprar el almuerzo,
como siempre,
solo el almuerzo:
media docena de empanadillas
y cuatro ensaimadas llenas de glas
hasta las comisuras,
por favor,
y una barra de chocolate negro
que a ver lo que dura.
Pero te vio:
se cruzó contigo y te vio.
Te miró a los ojos
y te vio el alma ligera
embadurnada en nocilla
llena de verde y agua:
tu dulzura olvidada,
tu fresca aliada
hojaldrada y
el amor quebrado
en el hambre de la gula;
deseo latente
de limón y hierbabuena,
y lamido de beso
suave aún sin soñar
con sabor a fresa.
Todo eso vio.
Todo lo que habías olvidado
cuando mirabas a la báscula
para saber quién eras
y qué querías.
Todo.
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