LOS BUENOS Y LOS MALOS


Iba a decir algo,
pero mejor no lo digo;
no vaya a ser que me confundan
con los buenos
o los malos.

Pero temo que en los dos casos
se me condene
por equivocación:
me da miedo que si piso la frontera
alguien diga que estoy
en su país
y no le importe dispararme
con la licencia
de un soldado que me mira y sonríe.

También temo estar lejos y sacar una bandera;
a pesar de que hoy las banderas 
han vuelto a las muñecas y los balcones,
¡y vivan el fútbol y las luces,
y los animales no humanos!
Alguien piensa que lo voy a asfixiar
con unos colores y una telas
que ni tan siquiera tienen
casa en el club de las naciones.

Hace tiempo escribí que en el siglo XXI
ya se habían repetido los genocidios
del XX
pero las opiniones dan igual
si no suenan fuerte,
al menos como si fueran un rayo
a medianoche
pero sin sonrisas ni perros asustados;
es decir, que tendremos que llorar
y ver como tanques sin piloto
nos aplastan 
para poder decir ahora sí
y que nadie nos acuse.

Lo peor de todo es que quizá
ya no podamos porque hay que sacar vigas
y correr buscando una farmacia
con una especie de bebé en brazos
inerte
escondiéndonos por las esquinas
no vaya a ser que alguien piense
otra vez
que somos malos
y nos merecemos la rabia 
que nos honra.

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