GENTE QUE SUFRE

Inventó un lugar
para la gente que sufre.

Allí;
cada día,
cada noche,
cada tarde,
cada mañana
(nunca se sabe a qué hora
sale la gente que sufre),
acudían recubiertos
de mantas de Giges.

La razón evidente: 
la tristeza imposible
era poco menos que una contienda,
y la felicidad,
orgullo aparente,
era la sangre salpicada
sobre nuestras cabezas
para hermanar la solidaridad
asesina y clamorosa.

Pero en aquel lugar
era posible saborear
las heridas sin temor
al insulto
o al declive.

Cada herida tenía
un sabor propio
e inaceptable.

Las habían viejas y secas
con sabor rugoso
que exigían mucho
trato y varias incursiones
(había tiempo
y saliva).

Otras eran frescas y recientes.
Convenía no interferir
y dejar que la costra
hiciera su trabajo.

Aquí todo era tacto
y cercanía: a lo sumo,
un soplido en silencio.
Pero lo más importante
era que podías mirar a los ojos 
y contar

sin asco y con ternura

decirlo
dejarlo

para que se hiciera
cuento,

y llorar a modo
de agua que hierve,
y reír como si fuera
lumbre,
sopa de alma
compartida:

sin vergüenza
sin estigma.

@josejarapoesia

Pintura: Emily Carr

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