NO HAY NAVIDAD: UNA FELICITACIÓN

Que hoy se celebre la Navidad es una convención. Podría haber sido cualquier día del año. Pero sabemos que las liturgias rara vez se escapan del suelo pagano donde se enraizaron. Hay muchas costumbres imbricadas, y la fiesta expresada de mil maneras en mil lugares del mundo se debe a eso. Pero fuera de ello, lucecitas y empachos, hay un relato incierto. El de una vida imposible. Una criatura venida al mundo en una oscuridad desgarrada y cruel. Sin esperanza. Creo que la navidad no es símbolo de alegría, sino de perplejidad. El misterio de la navidad no es el nacimiento, sino la pregunta sobre cómo es posible nacer cuando nada lo permite, ni cuando nada obliga a ello. No hay navidad donde la vida es previsible. Por eso no sabremos nunca qué es la navidad en un mundo que se protege con armas, leyes, medios de comunicación, cultura y religión (o laicismo, esto da igual: Francia si cabe es tan judeocristiana o más que cualquier otro estado europeo). Y que además argumenta, se justifica. Impone razones. De ahí que nuestra manera de estar en el mundo impida la Navidad. Probablemente, la Navidad sea el milagro de que haya vida cuando nada la puede explicar. Sin embargo, nuestros milagros vienen todos con denominación de origen, y tasados en dólares, euros, yenes; algunos con marca y apellidos. Nuestra Navidad es siempre un encubrimiento de la auténtica Navidad; donde hay que dejarlo todo, incluidas las fronteras, y huir, vagar al amparo de la inseguridad, a la intemperie, con lo que queda y resistir. Pero aquí no veremos nunca ese milagro, nos da miedo. Miraremos al niño del pesebre y celebraremos desde el calor de un abrigo que nos protege, o paseando incómodos y felices por una calle vigilada, o en una casa con cerradura doble, que nunca será la ruina donde nació esa criatura. Iremos de visita a fantásticos belenes y nos haremos fotos junto a abedules perfectos no aptos para fotosensibles. Pero el valor de la Navidad estará lejos, entre escombros y zumbidos, en un entorno donde escribir y leer ya no es posible: no hay calma, tiempo y silencio para eso. No los había ni tan siquiera en el vínculo de una mujer con un hombre, ni en la ayuda de los posibles animales, uno para transportar, otro para alimentar; ni en ese extraño cometa o estrella, o lo que fuera, ni en los pastores o aquellas personas que compartían su oscuridad en el viaje de una mujer ocultamente preñada. Ni tan siquiera, en el hecho de que unos magos de oriente hubieran presagiado el nacimiento de un rey (ayer me dijeron "rey" varias veces en una tienda), anticipando riquezas y revoluciones con sus tres ofrendas. Nada, no había nada. Sin embargo, y ésta es la paradoja, se repitió una posibilidad, un regalo sin autoría. Representada esa autoría en una criatura extraña, sorpresiva y alada, aparecida de no sé dónde; ofreciendo seguir adelante y no rendirse. Persistir, que es la mejor manera de transgredir la vida impuesta. Tal vez la Navidad sea eso: vivir a pesar de la propia vida. Y la propia vida es siempre el habitáculo para una esperanza que nos encarcela. Sin darnos cuenta que la vida inesperada, esto es, la Navidad, nunca será posible si siempre andamos empeñados en no perder ni lo que somos ni lo que tenemos. La Navidad nos queda lejos, creo. Muy lejos.

Feliz Navidad.

"La anunciación", Dante Gabriel Rosetti, 1850.

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